De regreso al ruedo, ahora con más carnita
Capcom revivió una joya que muchos teníamos empolvada en la memoria. Dragon’s Dogma II no solo trae de vuelta la fantasía ruda y sin filtros, lo hace con toda la actitud de “ahora sí agárrense porque ahí les va lo bueno”. Esta secuela se siente como ese primo que se fue al gabacho y regresó más sabio, más fuerte y con todo el flow para partir plaza.
Un mundo abierto pa’ perderse sabroso
El mapa es enorme, más grande que el tianguis de Tepito, y no está hecho solo pa’ pasear: cada cueva, cada colina y cada villano tiene su razón de ser. Aquí no hay flechitas que te digan “vete por acá, campeón”, no señor. Es cosa de agarrar valor, confiar en tu instinto y aprender a la mala si hace falta. Si lo exploras como se debe, el juego te lo recompensa con creces.
Tus compas los peones, más listos que el licenciado de la colonia
El sistema de peones regresa y ahora sí que se pusieron truchas. Ya no son solo acompañantes sin chiste. Estos cuates te cuidan, te dan consejos, comentan la historia y hasta te echan broncas si haces puras burradas. Se sienten como parte real de tu banda, y armar un buen grupo es clave si no quieres andar como pollito en autopista.
Combates bien sabrosos, con estrategia y madrazos
Aquí no es solo de picar botones a lo menso. El combate tiene su chiste. Puedes treparte en monstruos como si fueras luchador de AAA, usar el entorno a tu favor o aplicar la de “haz patria y mata un ogro” con una buena trampa. Hay clases para todos los gustos: desde magos bien elegantes hasta guerreros que se agarran a puro espadazo. El chiste es encontrar tu estilo y pulirlo como si fuera molcajete heredado.
Conclusión: Un RPG con corazón, maña y huevos
Dragon’s Dogma II no es un juego para todos. Es para quien le gusta batallar, pensarle, y perderse por horas en un mundo que no te da todo peladito y en la boca. Pero si te gusta ese tipo de reto, aquí vas a encontrar una joya bien hecha, con alma y con mucho, pero mucho sabor.